Johannes Gensfleisch zur Laden; inventor e impresor alemán, pionero en el uso de los tipos móviles, nació en Maguncia aproximadamente en 1.400. Su padre de profesión orfebre, Patricio de Maguncia y su madre hija de burgueses, Else Wilse.
Se inició en el arte de la orfebrería y en las técnicas de acuñación de monedas desde muy jóven además tenia la oportunidad de grabar punzones y de asistir a la fabricación de los moldes de arena que empleaban los fundidores puesto que su padre y gran parte de sus familiares pertenecían a ésta profesión. En 1.428 en su ciudad natal se enfrentaron el partido de los gremialistas al de los patricios, al cual pertenecía Gutenberg y éste tuvo que huir, no se supo nada de él hasta 1.434 gracias a unos documentos de Estrasburgo donde se confirma su residencia allí, a las afueras de la ciudad a orillas del río Ill.
En ésta ciudad, Gutenberg se asoció con tres hombres, Hans Riffe, Andreas Dritzehn y Andreas Heilmann, él se comprometió a enseñarles a tallar gemas y a pulir espejos, ejercerciendo de esta manera su oficio a cambio de dinero. Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo invertía en un proyecto que procuraba mantenerlo en secreto; protegiéndose de este modo contra eventuales imitadores capaces de apropiarse del fruto de sus esfuerzos. Aunque más adelánte fue descubierto por sus socios y éstos insistieron en participar en aquel misterioso asunto. Gutenberg accedió de buena gana, ya que precisaba dinero, y en 1438 se firmó un contrato en el cual se estipulaba, que los tres recién incorporados deberían abonar la cantidad de 125 florines. La muerte repentina de uno de ellos, Andreas Dritzehn, llevó a los hermanos del fallecido a exigir entrar en la sociedad o bien recibir una compensación económica. Sin embargo, en los términos del contrato no se contemplaba dicha eventualidad, y Gutenberg se negó a tal pretensión. El caso fue llevado ante los tribunales en 1439, y éstos fallaron en contra de los herederos.
Permaneció en Estrasburgo al menos hasta 1444; así lo confirma su inscripción, aquel mismo año. Después de esta fecha se pierde su paradero para reencontrarlo cuatro años más tarde en Maguncia, adonde había acudido en busca de dinero entre los prestamistas de la ciudad. Ya en 1450, su arte como impresor había alcanzado el refinamiento suficiente como para seducir a Johann Fust, un acaudalado burgués, y obtener de él la suma de 800 florines, cantidad que equivalía a diez años de salario del sindico municipal, aceptándo como garantía las herramientas y utensilios de Gutenberg, y dos años más tarde, en 1452, a raíz de un nuevo préstamo, se convirtió en su socio.
El negocio montado por ambos se llamaba Das Werk der Bücher, y constituyó, la primera imprenta tipográfica; allí el principal colaborador de Gutenberg era Peter Schöffer, un calígrafo de gran talento que había estudiado en París. Pero como los trabajos en el taller se realizaban a un ritmo lento, y Fust contaba con la pronta rentabilización de sus inversiones, comenzó a impacientarse y a requerir de Gutenberg mayor presteza en la comercialización de las obras. Sin embargo él, como tantos otros creadores, prefería la perfección a la realización precipitada, y por ello surgieron las primeras desavenencias entre los dos asociados.
En 1455, fue completada la primera obra maestra del nuevo arte la célebre Biblia «de 42 líneas», llamada así por ser éste el número más frecuente de líneas por columna en cada una de sus 1.280 páginas. Era una versión latina de las Escrituras de san Jerónimo, y se precisaron fundir casi cinco millones de tipos, editándose 120 ejemplares en papel y 20 en pergamino, de los que se conservan 33 y 13, respectivamente.
A pesar del éxito obtenido por la publicación, Fust interpuso una demanda judicial contra Gutenberg, acusándolo de no haber respetado sus compromisos financieros. El infortunado inventor fue condenado a pagar a su acreedor 2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital prestado junto con los intereses devengados, perdió además su taller y al parecer, la mayor parte de su material, del que se apoderó Fust. Éste se asoció con Peter Schöffer, cuyas declaraciones contra el demandado condicionaron en gran medida, el resultado de la sentencia. Los nuevos amos de la imprenta publicaron, en 1457, el Mainzer Psalterium, un salterio, el primer libro que lleva el nombre del editor. La composición de esta bellísima obra debió de precisar varios años de trabajo y es verosímil que comenzara bajo la dirección de Gutenberg.
Tras perder su pleito con Fust, la existencia del célebre impresor conoció unos años amargos, se vió acosado por sus acreedores y acabó por refugiarse en la comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor. Más tarde, contó con la ayuda desinteresada de Konrad Humery, funcionario del ayuntamiento de Maguncia, que le proporcionó material para montar un pequeño taller tipográfico, se especula que allí imprimió varias obras menores, entre ellas la traducción al alemán de una bula papal contra los turcos y un calendario médico en latín. Una Biblia «de 36 líneas» habitualmente atribuida a su labor, parece más bien, según otros testimonios y características, obra de Schöffer.
A partir de 1465, Gutenberg comenzó a gozar de cierta seguridad económica gracias al mecenazgo del arzobispo Adolfo II de Nassau, de Maguncia, quién le hizo miembro de la corte real, le eximió de pagar impuestos y le concedió una pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg falleció el 3 de febrero de 1467, si es cierto el testimonio que dejó escrito un canónigo de la fundación de San Víctor, y fue enterrado en la iglesia que los monjes franciscanos poseían en Maguncia, la cual fue destruida a causa del fuego artillero a la que se vio sometida la ciudad en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció con ella. Sobre su emplazamiento pasa actualmente una calle que, ironías del destino, lleva el nombre de Peter Schöffer.
Gutenberg vivió para ver cómo su invento se extendía rápidamente por toda Europa, empezando por las ciudades situadas a lo largo del valle del Rin. A su muerte, no menos de ocho ciudades importantes contaban con talleres de impresión, y en las décadas siguientes, aquella técnica revolucionaria era conocida desde Estocolmo hasta Cracovia, pasando por Lisboa. En España, la imprenta fue introducida por los alemanes, y se sabe que en 1473 funcionaban talleres en el reino de Aragón. Se considera que el primer libro español impreso que ha llegado hasta nosotros es Obres et trabes en lohors de la Verge Maria impreso en Valencia en 1474.
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